Teta y falta
Pero ¿qué pasa si retiramos el deseo, si en su lugar mantenemos la satisfacción permanente? La respuesta no se refiere a hacer desaparecer la teta o al viejo pascuero y sus regalos, o a la vecina y sus bordes, se trata de dejarlos ahí, puestos en el lugar de la satisfacción; dejar la teta en la boca del bebé, lograr que su llanto por comida (y también por placer) sea aplacado por la inmensidad del pecho. Ahora empieza a ocurrir lo contrario, es el niño el que ahora quiere sacar la boca y hablar, y el otro, con su inmensidad, con su colonización psíquica, no lo deja. La falta empieza a faltar, entonces la melancolía empieza a hablar.
La cuestión se refiere a la satisfacción de los que podrían ser llamados “deseos primarios” y no de los otros, como el de una profesión u oficio. Estos últimos siempre remiten a los primeros, el deseo por una profesión siempre esconde un deseo primario, no sublimado, sino pregúntenle a su proctólogo, o sospechen de él, al igual que del ginecólogo, y pregúntese, cuando los examine, por qué a este tipo le gusta meter la mano ahí (tampoco es para exagerar y dejar de ir a examinarse..., las sensaciones pueden ser bastante agradables, sobre todo, en el caso de los hombres, cuando tienen más de 50 años. Para mí eso todavía es una hipótesis). O háganle esa pregunta sin respuesta: ¿porque eligió esa profesión? No van a escuchar nada serio (o enserio) como respuesta.
Para revertir esto hay que convocar al propio deseo con tanta fuerza para que el otro escuche su contenido: ha llegado la hora de desear dejar de ser satisfecho. por otro Es el momento del propio deseo (dejar de comer), distinto al del otro (dar de comer).
Y esto abre el último punto de este problema. La falta de la falta ocurre siempre en una relación con otro, que se reverbera a uno mismo. Su hijo(1), murió hace un año y, claro, se sigue escribiendo, se sigue hablando de aquello que falta. Eso es melancolía, es añoranza, es la suma de otra falta: falta + falta = angustia.
La fórmula se revela entonces como preguntas ¿Cuál es esa falta que hace desear seguir escribiendo? ¿Desde dónde emerge sublimada la sumatoria y deviene en nuevo deseo, en renovado empuje de vida? Esa sumatoria de faltas, esa melancolía por el hijo extinto, es el deseo de completarlo, de asistirlo. Ya no se puede estar con él, con su deseo, con su vida. Falta entonces la falta de otro y que hace que la propia no tenga lugar donde radicarse. Movimiento inverso al drama del refrigerador, pero con idéntico resultado: melancolía. Uno porque no está y el otro porque abruma con su satisfacción. En ambos se siente en la nuca el resoplido de la muerte, en ambos el deseo ha dejado de tener el empuje que sostiene la vida y para que esta última tenga oportunidad, siempre, nuevamente, ha de faltar algo.
Para los cristianos es un poco más sencillo, les tranquiliza la idea que podrán reunirse en el “más allá”, donde podrán, nuevamente, en el reencuentro de la “vida eterna”, ubicar la falta en el otro. Pero esa prolongación de la vida, la vida eterna, no es más que una ilusión, y de ilusiones vive mucho más de la mitad de la humanidad.
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(1) Ver en Warnken, Cristián: “Árbol de Pascua”. En Emol.cl, Jueves 11 de Diciembre de 2008