Subimos al tren que nos trasladaría a Buenos Aires. Todo hacía presagiar que el recorrido sería normal y tranquilo y la novedad quedaría relegada a los planos que aparecerían a través de los cristales del vagón que ocupamos. El viaje comenzó con la búsqueda de un lugar cómodo para la travesía que duraría cuarenta horas. Entre los asientos enfrentados, acomodamos una hornilla conectada a un tubo de gas que nos permitía poner una pava para calentar agua para el mate. Con frecuencia nos vimos obligados a camuflar del guardia este artefacto: estaba prohibido usar balones de gas en el interior del tren. En todo caso, siempre había alguien que avisaba de la proximidad de ese sujeto gritando: ¡el chancho! ¡el chancho!.
Tom Tom tenía una mirada que entremezclaba la nostalgia y el asombro, en realidad el pibe no hablaba mucho pero estaba atento a lo que conversábamos con Lucas. Le ofrecí en varias oportunidades distintos tipos de bebida que acepto no se si por quedar bien conmigo o por que realmente la deseaba. La verdad es que lo conozco desde hace muchos años, desde que nació, y siempre lo he visto como un nene de esos que se van para adentro, introvertido y que uno no sabe si esta enojado, concentrado o interesado en lo que los otros hacen pero, a juzgar por lo que he conversado con él, mi confusión acerca de su estado anímico siempre se resuelve en que esta pendiente de lo que a su alrededor sucede, entonces creo que el pibe tiene una conversa bastante intensa dentro de su cabecita y que lo mantiene bastante ocupado; y que la facilidad de la palabra no es, precisamente, como se dice: su fuerte. El caso es que el tren comenzó a moverse y pronto nos encontramos con el paisaje típico de la pampa Argentina: kilómetros de nada que se pierden en el horizonte y que permiten percibir levemente la curvatura del planeta.
A poco andar el tren se detuvo en un pueblo para recoger pasajeros… ¿o dejar? No tengo idea. Como íbamos en la mitad trasera del convoy, era difícil percibir que nos habíamos detenido en un pueblo y que es lo que sucedía más adelante, porque, a decir verdad, era tan pequeño que el largo del tren era el doble o triple de la extensión del caserío. De hecho, lo que primero pensé ante nuestra detención fue que el tren se había averiado y a reglón seguido me desanimaba la probable cantidad de tiempo que ahí pasaríamos esperando que arreglen ese supuesto desperfecto. Afortunadamente y contrariamente a lo que se me había ocurrido eso era un pueblo.
La parada duro sólo algunos minutos, suficientes para que un par de pasajeros abordaran el tren unos vagones más adelante. Al asomar la cabeza por la ventanilla, nos causó desconcierto ver que algunas personas que habían bajado a comprar en un almacén, único lugar vivo de ese conjunto de casa, se quedaran abajo ante la repentina partida del tren, fue una locura y la situación tragicómica, algunos estaban muy mamados y apenas podían sostenerse en pie; verlos correr era observar una estampida de animales que arrancan en todas las direcciones pero que tratan de alcanzar un mismo objetivo. Mi risa termina repentinamente, de pronto se me viene la imagen de lo que a ellos podría estar pasando y creo que el percance podría ser muy lamentable. Probablemente tendrían que esperar dos o tres días hasta que pase otro tren, ante la inexistencia de alojamientos tendrían que dormir a la intemperie o bajo el techo de los animales domésticos de los pobladores, acompañados de la resaca y sin más licor que injerir; ¡pobres!. El alcohol a uno lo vuelve loco y estos malhadados venían tomando desde que se subieron, luego verlos correr y saltar los durmientes era una misión que, por los que conté, ninguno logró y todos acariciaron, por usar un eufemismo, los durmientes de la vía. Trataban de alcanzar la baranda del último vagón, como en las películas donde muestran esa escena en que el joven corre para alcanzar el tren donde viaja la amada, y uno no sabe si la mujer aquella lo despide, se limpia los mocos o le da aliento con el pañuelo que bate en la mano derecha al desgraciado que corre tras el tren. Aquí no había amada, habían mamados y no corrían, trataban de correr e iban quedando tirados sobre la vía con el tañido de ese pañuelo imaginario que podría haber batido la amada. A uno le han enseñado desde niño a no burlarse de la desgracia ajena, pero parece que cuanto más reprimenda podría existir sobre el jolgorio que causa ese tipo de situaciones, más son las ganas de reír y gozar con el espectáculo. Por mi parte no pude evitar disfrutar del espectáculo no sin cierta pasmosa culpabilidad.
Olvidado el evento, el tren continuó su trayecto y perdidos nuevamente en la nada, en la pampa - perdidos es una forma de decir, nadie se puede sentir extraviado si viaja en un tren que no tiene más posibilidades que seguir en una u otra dirección por la vía hasta llegar al destino. Así, por lo menos es la mayor parte del tiempo -, con Lucas conversamos de los resultados de las próximas elecciones. Tenía la esperanza que la fuerza política por la que había trabajado lograría llegar al poder y con ellos las cosas cambiarían radicalmente en nuestro país. Que podríamos construir una sociedad más justa, porque los poderes fácticos, el capital transnacional, los curas y los militares serían puestos en el lugar que les corresponde: fuera de las decisiones fundamentales del destino de nuestro país y dedicados a sus juegos de guerra, a salvar las almas de los poderosos o a dejar de hacer del país un juego de metrópoli. Los sindicatos y los trabajadores en general ocuparían un rol protagónico y la distribución de la riqueza daría cuenta del tremendo esfuerzo que ha hecho la clase trabajadora en pro del desarrollo de esta nación y por la unidad de los pueblos latinoamericanos que ya bastante han sufrido con el capitalismo yanqui. Mientras tanto, Tom Tom, observaba el monótono paisaje a través de la ventana. En realidad, todo lo que he pregonado a lo largo de mi vida, tiene que ver con el deseo de una sociedad más justa e igualitaria, donde todos seamos hermanos y los empresarios entiendan eso o, más bien, que la propiedad del capital sea del estado, donde todos tengamos no solo más oportunidades, sino que seamos, y disculpe la reiteración, más iguales. Los ideales parecen esta más alejados de Lucas: su postura es pragmática y su preocupación es que los gobernantes de turno no se afanen la gita. Dice que los muros se están cayendo y que el socialismo real, paradójicamente, no es más que una ilusión. En realidad creo que todas esas son patrañas que inventa el capital para inclinar la balanza a favor del imperialismo yanqui.
Mientras Fidel y Lucas conversaban acerca del resultado de la próximas elecciones, poco a poco el sueño comenzó a ganar terreno ante la monotonía del paisaje que se abría camino en la ruta del tren, como aliado el cansancio acumulado y la cantidad de horas que llevamos despierto, no sin considerar la preocupación por los borrachos que quedaron varados en la mitad del desierto. Los asientos de madera permitieron a cada uno de nosotros estirarnos completamente y bajo frazadas conciliar el sueño que, a pesar de lo rígido de las butacas, no impidió que nos durmiéramos poco rato más tarde. De entre las nubosidad de los ojos somnolientos comienza a aparecer un mundo a fragmentos, imágenes que se proyectan formando muros a los costados de mi camino, avanzando veo, alternadamente, a cada lado distintos momentos de lo que tal vez podría ser una vida; costados izquierdo y derecho se distinguen entre el porvenir y el destino.
A la derecha un eterno caminar guía a los niños hacia un monte que nunca se alcanza, a la derecha se ve un padre que sube a un vehículo que no tiene ruedas, a la derecha se ve a un pequeño pan, mucho pan, hasta la saciedad. El espejo cambia interponiendo luces como flash y muestra al mismo niño cruzando un río con toda la ropa de cama a pesar de las advertencias de los adultos que le decían que no jugara con fuego.
A la izquierda, en cambio, se sueña con el mundo que debería construirse, un mundo donde se puede decir lo que se piensa libremente, a pesar de ello una señora insiste en que los niños no se deben inmiscuir en las conversaciones de los adultos y detrás de ella el pavimento de las calles es testigo de un grupo de jóvenes que camina por calles enarbolando banderas descoloridas, pancartas que aluden a no se sabe qué, perseguidos indefinidamente por los pacos hasta que éstos se cansan y ya no persiguen más, los perseguidos, mirando a sus perseguidores, revientan en risas y jolgorio. los perseguidores corrían como los borrachos sobre los durmientes que abandonó el tren. Sin hacer transición se superponen imágenes de hombres y mujeres, entre los que me observo, al interior de un edificio, sin techo, en una noche helada, pero por la expresión que evidencias sus rostros se aprecia que la de conversación protectora, del cielo caen aves que revolotean en la escasez de luz y revolotean a un tipo que cae permanentemente y que nunca se estrella contra el pavimento. A todo esto, es increíble pero no pasa nada cuando uno se ve a sí mismo en un sueño, no se detiene el tiempo y no se producen paradojas (no se de adonde saqué esa idea). Dos pisos más arriba una mujer se desnuda y con un hombre cogen en un coito a tergo, se acarician, duermen y al otro día en la mañana cada uno sale del edifico en direcciones opuestas, ella hacia el packing donde acaricia, a su vez y durante ocho horas las verdes y rojas manzanas que viajaran donde ella jamás podrá ir, él por su parte, se dirige a la planta faenadora de pollos, maneja un camión de reparto. Todo el día sentado al volante, se le ve feliz, siempre había querido manejar un Freightline (versión gringa de los camiones Mercedes Benz). Se encuentran cada día al atardecer, ven televisión, a veces tiene sexo y al día siguiente ella se dirige al packing y el, nuevamente a la faenadora de pollos a recoger su camión, creo que quieren tener hijos, bueno, qué pareja no quiere tener hijos.
Más adelante, a la izquierda se ven límites oscuros y limpios de una muerte segura, pero aún distantes, es decir, esta ahí pero lejos: se le puede apreciar en lontananza, se aproxima muy lentamente en un movimiento imperceptible que lo hace inexistente: la muerte no existe, soy invencible. Cómo toda línea es una curva y la ilusión óptica funciona también en este sueño, los mundos paralelos forman una perspectiva que los une al final y en esa mirada mis ojos comienzan a indicar que debo despertar, veo frente a mí a Fidel, que aún duerme. Al incorporarme me doy cuenta, ya un poco más despierto que algo anda mal, que algo no puede ser, que algo se escapó del sueño y se coló en la realidad. ¡No puede ser que Fidel haya envejecido así de repente y se vea exactamente como un abuelo!, es cierto que tiene por lo menos 15 años más que yo, pero lo que estaba viendo era demasiada diferencia. Me refriego los ojos para ver mejor y sucede que no logro salir del asombro cuando mis dudas se confirmar, si, efectivamente esta más viejo, con las arrugas de la cara hendidas. Me imaginaba que el viaje que realizábamos era largo, pero hace tambalear la cordura de cualquier sujeto en su sano juicio. Me llevo la mano a la cabeza en un gesto de incredulidad y me lamento por lo que estoy presenciando. Como la lija que al ser frotado por el fósforo para encenderle siento un raspón por dentro del pecho que prende presión y luego se convierte en un helado liquido que recorre mi cuerpo. Estoy cagado del susto. Mi mano frota mi cabello y este se siente áspero, sucio. Froto mi cabeza y comienza a descender de él, ante mis ojos y esparcirse por el aire el elemento que lo explica todo: polvo, tierra. Si, mientras dormíamos habíamos pasado por una tormenta de arena y tierra en medio de la pampa argentina, el polvo se metió por entre las ventanas de aquel viejo ferrocarril y nos dejó como berlines empolvados.
Luego de despertar abruptamente por el pelotudo que saco de quicio a Fidel y a mí, por el tema de la bandera esa, que a Fidel se le ocurrió colgar de los maleteros de este maldito tren, tomamos unos mates como es de costumbre en este país. La yerba dicen que tiene un poder adictivo, en una de esas es cierto, llevo años tomando mate y siento siempre la necesidad de beberlo, es una sensación agradable, me imagino la que deben sentir los fumadores, es decir, sentir que algo te recorre tu cuerpo de arriba hacia abajo haciendo un leve cosquilleo y produciendo un estado de semi somnolencia. Le ofrecí al compañero de viaje de Fidel: Tom Tom, tomó uno o dos mates y dio las gracias. Dar las gracias es una seña para indicar que no se quiere más. Ahí me entró la duda, digo, por el hibrido en sus gestos: cómo puede a un argentino no gustarle el mate – tomar tres de ellos no es precisamente ser un fanático – y, por otro lado, dar las gracias en una señal que forma parte de los códigos de los argentinos, bueno, también de los uruguayos, pero al final somos como lo mismo (aunque, probablemente, un uruguayo no pensaría igual). El mate lo acompañamos con el Partido Intransigente, la conversación acerca del partido, ciertamente. Fidel decía que sería la nueva fuerza partidaria en argentina y que bajo ese alero, por fin, se podrían hacer cambios en la estructura social Argentina. Para mi la cosa es un poco más simple, salga quién salga, o gané quien gané las elecciones vamos a tener que trabajar igual. Entre Alfonsin o Menen lo mismo me da. Igual quiero seguir manteniendo mi bungalow en Bariloche y el tipo de vida que he podido conseguir, gracias a mi puro esfuerzo, porque de mis padres, auque se esforzaron mucho, sólo les alcanzó para darme la educación, sin contar la universitaria porque esa me la banqué yo.
La facilidad de palabra no es mi fuerte, sin embargo, escucho la conversación entre Fidel y Lucas, voy y vuelvo a ella y en uno de esas me salgo de la conversación y me pregunto: ¿qué significa funámbulo?... ¿muerto viviente?… parece que no, y qué significa trasiego o cangalla . ¿Son precisas las palabras? ¿Qué son las palabras? Y ¿Adentro?, ¿afuera?