jueves, junio 19, 2008

Cuando dejamos de creer

3 parroquianos

El presente texto es parte de un documento mayor, destinado a obtener un grado académico.


El mundo no siempre fue la oposición que hoy llamamos binaria. Esta forma de comprender o separarlo refleja más bien el cambio de época y el reentendimiento de los individuos que forman parte de la sociedad. Por el contrario, antes de la modernidad, el juego de tres elementos hace que las cosas adopten formas únicas; el mensaje de un loco puede tener una relación con la verdad y su contenido señala algo a los receptores del mensaje; podría estar más cerca de lo divino (o del infierno) mientras más alejado se encuentre de la razón. El caso es que lo dicho por ese otro no sólo está relacionado en su validez con la razón, también con la verdad o su búsqueda en el marco donde la religión y Dios son el centro del universo. Así, el discurso verdadero lo disputan los alquimistas, brujas, hechiceros y curas. Claro está quiénes son los que ejercen la hegemonía y lo que sucede a los que se le oponen y no están en el círculo del poder. Sin embargo, quienes no ejercen la hegemonía no son ignorados, todo lo contrario, por el contenido de su discurso, por tenerlo presente, por temerle, por cuestionar su autoridad, es que se los quema en la hoguera, se les combate o se les exilia. La guerra entre esos discursos es el lugar donde se disputa la forma en que se ordena el mundo, el criterio para escribir la historia y la verdad que lo produce. Luego, en la modernidad ese contenido y su tensión con la locura o la hechicería dejarán de ser relevante en tanto la razón no lo validará como discurso, sino como patología. Consecuentemente, la religión dejará de ser el campo de batalla para ser reemplazado por la ideología.

En la premodernidad la identidad, siempre anclada en la comunidad, toma como contenido la forma en que se relacionan los individuos. La satisfacción de necesidades está en la base de la fijación del individuo al grupo y el loco no está excluido del discurso que la comunidad estructure como cosmovisión del mundo. La lógica ternaria[1] determina una identidad donde cada uno de sus miembros puede ver en el discurso de ese otro, loco, la posibilidad de un mensaje que se refiere a la verdad y que en lo fundamental lo confronta a un mundo ordenado por el vínculo de los discursos divinos que circulan por la comunidad.

El individuo se enfrenta directamente contra otros y se define en base a una relación con otro corpóreo. Al individuo el hechicero, el alquimista, la bruja, el loco, el cura lo increpan, lo aconsejan, lo orientan, lo amedrentan, lo felicitan... Es una relación que revela en el cuidado de la comunidad, la existencia de otros mensajes que atestiguan la diferencia. Ahí se podría haber definido un sujeto. Ese otro “irrazonable” está dentro del círculo de la comunidad, circula libremente dentro de ella. Pero no es el único distinto, también hay una diferencia que se mueve por el exterior, como los que profesan otra religión, los que pertenecen a otra cultura. El individuo se mueve entonces en dos esferas que le permiten diferenciarse, una como individuo donde siempre predomina la identidad de la comunidad y otra como perteneciente a una comunidad que no es la de los extranjeros y que lo diferencia de ese afuera; diferencia externa que en el discurso propio amenazan la cohesión (aunque la mayor amenaza para la mantención del grupo es más interna que externa, “lo extraño no está afuera, está adentro”[2]) y que sirve de excusa para imponer “a todos por igual su camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento”[3].

En la modernidad al contraerse la comunidad lo hacen también las esferas de diferenciación; el sujeto ancla su punto de capitón en el cogito cartesiano, en su razón, que es la razón creada por la ciencia. El cielo se derrumba y también el vértice que lo sostenía. Ese discurso deja de ser en el sujeto una posibilidad de ordenamiento verdadero del mundo, se convierte en patología y si antes la brujería era punida por la iglesia, hoy no pasa de ser una mercancía inofensiva para cualquier mortal incrédulo. La ofensa a la razón tiene como consecuencia su negación como discurso y su encierro como sujeto; “La locura no es ya la rareza familiar del mundo; es solamente un espectáculo muy conocido para el espectador extraño; no es ya una imagen del cosmos, sino el rasgo característico del acvum”[4]. Cuando el delirio dejó de ser colectivo, los persistentes debieron ser encerrados.

Destruido el eje de la lógica ternaria, encerrado el loco, convertida la bruja en mercancía, el ciudadano no ve la razón para seguir perteneciendo a la comunidad. El contrato tácito que lo mantenía se ha convertido en una expresión escrita de la libertad del hombre. La identidad no tiene en la modernidad ese referente divino mediatizado por estos personajes; ya no es ternaria, se le contrapone ahora un síntoma, una patología, uno mismo en el otro inconsciente, es donde uno ya no habla, es binaria, es fantasmal.

La modernidad escinde en paciente y delirio el discurso de ese individuo loco. Socialmente predomina su patología; fragmento del individuo que se hace extensivo en su tratamiento o en los proyectos de integración educativa: - Ese es down mosaico, o tal vez down leve, quizá deficiente mental. La locura sucumbirá primero al exilio, como los dioses descritos por Heine, y quedará desligada de todo ropaje extrasensorial, subsumida en su único par, la razón. Contra ese puro fragmento se fundará el sujeto moderno y lo único que quedará de ese loco serán restos literarios que “hace girar los saberes, ella no fija ni fetichiza a ninguno; les otorga un lugar indirecto, y este indirecto es precioso. […] la literatura trabaja en los intersticios de la ciencia, siempre retrasada o adelantada con respecto a ella”[5]



[1] Al respecto Michel Foucault, en “Las palabras y las cosas” Ed. Siglo XXI. Vigésimo tercera edición 1995, página 50, señala: “Durante el renacimiento, la organización es diferente y mucho más compleja; es ternaria, puesto que se apoya en el dominio formal de las marcas, en el contenido señalado por ellas y en las similitudes que ligan las marcas a las cosas designadas; pero como la semejanza es tanto la forma de los signos como su contenido, los tres elementos definidos de esta distribución se resuelven en una figura única.

[2] Braunstein, N. y otros: “Nada más que siniestro (unheimlich) que el hombre”. En Braunstein, N.: “A medio siglo de El malestar en la cultura de Sigmund Freud”. Editorial S. XXI. Novena edición 2005. México. Página 207.

[3] Freud, S.: El malestar en la Cultura”. En Braunstein, N. y otros: “A medio siglo de El malestar en la cultura de Sigmund Freud”. Editorial S. XXI. Novena edición 2005. México. Página 46.

[4] Foucault, M.: Historia de la locura en la época clásica”. Tomo I. Editorial Fondo de Cultura Económica. Original 1964, Paris. Francia. Tercera reimpresión 1992. Argentina. Pagina 47

[5] Barthes, R.: “El placer del texto y lección inaugural”. Editorial Siglo Veintiuno. México. Primera edición en español 1982. Novena edición 1996. Página 124