viernes, julio 28, 2006

Minuto 13

5 parroquianos

Esto no es ficción

Primer acto

Casi al final del partido de baby-fútbol, en una de las últimas jugadas -una entrada por la banda derecha que claramente terminaría en gol- sucedió un evento con ribetes tragicómicos. Entra el jugador a toda velocidad ocultando el balón del defensa, éste, rezagado, sale a toda carrera sobre el primero y en una maniobra muy poco delicada toca el hombro izquierdo del hacedor de goles. El delantero, al estar girado en un cuarto de su posición respecto del recinto de juego, sale volando y se estrella en el suelo amortiguando al cuerpo con la cabeza; es decir, cayó de cabeza. Resultado del encuentro: 5 goles contra una cabeza partida.

Segundo acto:

En el camarín, las consultas van y vienen:
- ¿Cómo estai? ¿cómo te sentí? ¿te duele la cabeza?, ¿tenis nauseas?
- bien, no bien, no te preocupes. Ahora voy al traumatológico a que me atiendan.
- ¿Te acompaño?
- No, si está aquí a una cuadra.

- Pero ahí no te van a atender.
- ¡Cómo! no me van a atender, si es una urgencia ¿Vos crei que van a ser tan bestias?


Tercer acto:

En la ventanilla de la recepción del traumatológico:

- Señorita, disculpe, pero tengo un problema.
- Si, dígame.
- Resulta que estaba jugando a la pelota y me caí, y me hice un corte en la cabeza, ve.
- ¡Mmmmmm!, veo, pero no lo vamos a poder atenderlo na´.
- ¿Por qué?
- Porque aquí atendemos del cuello para abajo.


Moraleja: La división social del trabajo, de las maneras más increíbles, ¡funciona!

lunes, julio 24, 2006

Circuito de vida (primera parte)

2 parroquianos

Esto es un cuento, es ficción.

Me es casi imposible saber cuando la conocí. Digo casi, porque debe ser que no me quiero acordar del episodio. Da lo mismo; seguramente no fue un encuentro muy grato. Sí me acuerdo de todo lo que vino a continuación, y claro, hubo feeling conmigo más que con cualquier otra persona, probablemente había un parecido natural, de esencia, de origen. Que cómo sé que hubo feeling: fácil, un día ella me habló cariñosamente y me dijo:

- ¡Lo único que te falta cabro de mierda… es que… es que… es que ahora te cagues en la cama! ¿No te parece suficiente el trabajo que le das a tu madre? ¡y encima te meas todas las noches!

Como siempre he sido un tipo obediente, al otro día desperté con la sorpresita reposando, todavía tibia, sobre las sábanas (si alguien desea dejar de leer en este punto, siéntase en completa libertad de hacerlo, sobretodo porque el asunto no mejorará). Esa fue la primera oportunidad en que sentí que iba a morir a causa de otro ser vivo, pero, como siempre ocurre en estas cosas: no pasó nada de eso. Se “cagó” de la risa y de ahí en más todo fue miel sobre hojuelas. Esa fue como la primera expresión de cariño, el primer “te quiero”, de ahí en más las expresiones verbales se transformaron en un estorbo, pasamos directamente al cariño expresado físicamente.

- ¿Te has fijado que el relativismo cultural aplica hasta que te tocan la fibra íntima o, tus intereses?
- O sea, que cuando nos empecemos a cagar de frío por la falta de gas en las casas, los hermanos bolivianos ¿van a dejar de serlo?
- Y lo más probable es que pasen de hermanos a conch… En todo caso no lo digo por mí, no, no, yo soy un tipo tolerante.
- Pero igual te vas a cagar del frío.
- mmmm, claro.

Ella siempre quiso lo mejor para su familia, pero la pobre incomprendida estaba tocada por la ironía de la fortuna, siempre encontró una mala forma para decirlo, comunicarlo o entregar esa ayuda. El cuento es que siempre la mandaban de vuelta con su solidaridad y con una clara recomendación que se la meta por aquella parte. Pobre…, en todo caso, a mí, después de aquel evento, creo que siempre me tocaba su ayuda luego que ya la había ensayado con otro, así es que gustoso la aceptaba. Sin embargo, siempre noté que me la entregaba con cierto desgano, así como si rato antes la hubiesen mandado a la mierda y venía resignada a evacuarla sobre mí.

Así es como esta pobre vieja vivía sus últimos días de vida, sin ella saber que iban a ser sus últimos empeños por ayudar a su prójimo, tenía un ritual, un circuito que duraba exactamente el año calendario. Era una carrera contra el destino, una forma de mantener la meta inalcanzable – claro, porque si das vueltas en un circuito, nunca vas a encontrar la meta – Ella, al igual que todos, partió de Llanquihue, es decir, era Yanqui-huana y, por supuesto, era de las de “este lado del río”, era nuestra. Con el andar fue construyendo su circuito y la mitad de América del Sur la vio permanentemente circular. La primera vez salió en dirección a Bariloche…

martes, julio 18, 2006

21 Grams.

3 parroquianos

Comentario de cine en tu lengua

(Esta es como la quinta vez que la veo). Un gringo no puede hacer una película así, de hecho fue un mejicano. Es lo que pasa con las producciones artísticas que no son de ellos, la agarran los gringos y las comercializan. Es lo que pasa con la Psicología del Yo, la inteligencia emocional y tantas otras pelotudeces que inventan los gringos. En realidad, no las inventan, sólo les cambian los nombres a algo que viene de afuera (al psicoanálisis le sacaron el inconsciente) y lo patentan, lo difunden y lo venden mejor que el original pero cambiándole el sentido original, haciendo un producto… ¿cómo se llama?… ¡eso! más light.

Parece, en todo caso, que ese no era el tema. Sí, la película… me acuerdo de un par de veces en que he tratado de hacer un relato lineal de ciertos eventos y, la verdad, es que uno nunca se acuerda linealmente de las cosas, siempre tiene que volver sobre el mismo relato y traer algo que le faltó para hacer sentido sobre lo que se está contando. Claro está que lo que cada persona trae son distintos recuerdos; el sentido no es unívoco, menos objetivo y mucho menos unidimensional.

Cierto, no la pueden hacer los gringos porque ellos ven el asunto en blanco y negro, en aliados y enemigos, en cristianos y moros, en extraterrestres y terrestres.

Al final (ante la muerte), uno cree tener respuesta para todo, pero saben qué, no tengo idea porqué me atrae tanto ese film. Lo único que sé es que el alma pesa 21 gramos, todo lo demás es una pregunta cuya respuesta se busca toda la vida y eso es mucho más que retórica, pero no deja de ser una pregunta capciosa.

jueves, julio 13, 2006

Genealogía de un adulto. (Tercera parte y final).

7 parroquianos



Se va el pecho en cada resuello, la bajada pronunciada del puente parece un resbalín. El trajín de gente es mayor al del otro lado y con mucha mayor diversidad; viejos y jóvenes; altos y bajos; hombres y mujeres; parientes y no tantos; mujeres bellas y otras simpáticas. De todo y todos mirando mi camino. El único bolsillo en el que podía echar el tarro estaba roto, así es que debí acompañar con mi mano al tarro para que no se cayera al pavimento. Ese gesto parecía delatar en los pasos en que andaba y, por lo mismo, las miradas arreciaban al inusual tranco y postura que llevaba. De cualquier forma, esa sensación estaba más en la garganta amarga que se apretaba con los nervios y se soltaba con la salivación ante la inminencia del zarpe al tarro de leche.

El tío “tripa seca” sale justo de la oficina de correo. Lo miro de reojo desde la vereda de enfrente y no alcanza mi sigilo a evitar el encuentro. Con efusividad me saluda y abraza y yo, en una situación bastante incómoda, puedo corresponderle con un solo brazo. ¿Qué te pasó en el brazo mijito? Me dijo. naAAaa, es que lo tengo un poco adolorido. Le contesté. Vamos a la casa para que la Isabel te lo revise. (putas, ¿qué mierda hago?). No se preocupe tío, si fue un golpecito, ya se me va a pasar. Le dije mientras sentía que un calor subía por entremedio de mis ropas hasta mi rostro (y una voz me decía: ¡mentiroso!). Bueno, cualquier cosa me vas a ver. Me dijo. Se despidió y se fue. Yo tuve que salir para el otro lado; desandar lo andado porque el “tripa seca” se fue para el lado al que yo me dirigía. Torné la esquina y miré por el borde de la casa hasta que el viejo desapareció.


- Claro, los dolores del cuerpo te hacen crecer.
- Cierto, pero eso lo pueden saber los médicos... ¿cómo distingues entre un dolor de crecimiento y una enfermedad? Tienes que preguntarle a un médico, pero cuando llegas ya se te pasó; es como cuando escuchas un ruidito en el auto y lo llevas al mecánico para que lo arregle y en el taller el ruidito desaparece. Pero al salir del taller, a una cuadra de distancia, el maldito ruidito vuelve y vuelves al taller y éste vuelve a desaparecer. Es el destino que te está agarrando pa' la palanca (te sube y te baja a su antojo). ¿Me entiendes?
- Claro.


Bajo aquella plataforma queda un espacio desde donde se observa el centro neurálgico del pueblo pero nadie puede, por los arbustos que lo protegen, observar hacia su interior: sitio ideal para el asalto al tarro de leche condensada.


- Te has dado cuenta que cuando estamos a punto de lograr algo, siempre falta algo.
- Sí ¿Pero en qué estás pensando exactamente?
- En que luego de pasarnos a todos los jugadores rivales pegas un tirito que recoge fácilmente el arquero, en que siempre te falta un papel para que te den el certificado, en que siempre el árbitro nos deja en el segundo lugar, en que siempre que vas al supermercado compras cualquier cosa y no lo que pensabas comprar; en que cuando te compraron un monopatín, los demás andaban en bicicleta; cuando te compraron jeans, los otros andaban con cotelé.
- ahhhh, sí.


Con la salivación galopante he instalado bajo la plataforma desde la que, normalmente, hacía sus discursos el alcalde, surge el último problema: ¿cómo abro la lata? Agité el suelo buscando alguna piedrita que pudiese servir de herramienta para hacerle los correspondientes dos hoyitos al tarro (uno para succionar y el otro para que entre el aire y permita circular el maravilloso fluido). ¡Nada! Puras piedras redondas, ni una sola con un filo o canto. Golpeé y golpeé el tarro con un par de piedras. Usé palos: todos se quebraron, incluso lo di contra el canto del cemento de la plataforma. No hubo caso. En la oscuridad del lugar, con el tarro entre las piernas me senté a pensar. Muy bien, me decidí a salir pero antes dejé escondido el tarro entre un par de plantitas. Caminé dos cuadras y en casa de una tía (otra, no a la que siempre le he deseado el mal), saqué un cuchillo con punta. Justo en el momento que lo guardaba en el bolsillo entró mi tía y me pregunta ¿Cómo estás mijito? Bien, bien tía. ¿Qué busca mijito? No nada, nada tía. Y me dejó ir. ¡Uf! Qué suerte. Se imaginan explicar qué andaba haciendo, a mi edad, con un cuchillo con punta; lo mínimo que conseguía era quedar como egoísta por esconder un tarro de leche condensada y, lo más probable, es que perdiera mi botín en beneficio de un küchen o queque. ¡Nica! Volví al escondite, busqué y busqué el tarro. No estaba. Miré hacia afuera a ver si alguien, por su rostro, se delataba. Nada ni nadie dio la más mínima pista. Fuenteovejuna se lo tomó y nadie sabe para quien trabaja.

miércoles, julio 12, 2006

¿Banner?

43 parroquianos



Votación: Sí o No.

martes, julio 11, 2006

Postítulo...

1 parroquianos


Y pensar que uno cree siempre haberlo visto todo.

viernes, julio 07, 2006

Genealogía de un adulto. (Segunda parte).

5 parroquianos

Cada vez que pongo un pie en ese puente se me viene a la cabeza imágenes de seres que podrían causar más de algún perjuicio en mi apreciada estabilidad emocional, tirito y los nefrones hacen su trabajo. Nunca he sabido cómo enfrentar ese temor y lo más probable es que lo resuelva de la peor manera (¿cuál será la mejor?). Pero ¿a qué me enfrento? a compartir un tarro de leche condensada o arriesgarlo todo: dinero y alma, alma y dinero, y conseguirlo del otro lado del río para que sea sólo para mí. A este lado la seguridad es completa, pero el botín compartido y, probablemente, como somos tantos y yo soy el más pequeño, sólo alcance a estimar el aroma del tarro. Al otro lado del río el riesgo es alto, la posibilidad de perder todo el botín es algo que podría ser inminente. Mientras camino pienso que ese es el único puente que está más alto que el resto del camino y en cada uno de sus extremos se forman pequeñas pendientes, más fuerte en el caso de la que está de este lado del río que la del otro lado. En realidad es, creo, el único puente que conozco. El otro puente sobre este río está varios kilómetros río abajo y no lo he cruzado. Lo primero que a uno lo recibe habiendo bajado la suave pendiente en que remata el puente del otro lado del río, es el cementerio. Cementerio que alberga bajo tierra a la mayoría de los parientes de nuestra familia, pero ¿por qué está del otro lado del río si son nuestros deudos?

Frente al cementerio pasa a mi lado un tipo con una mujer; miden unos 2 metros de altura. Ella lleva la cara cubierta por la cabellera. Él me mira y uno de sus ojos está medio cerrado. Afirmando su mano con su dedo pulgar en el bolsillo del pantalón sujeta entre el índice y el anular un cigarrillo. Con el otro brazo sujeta a la mujer por la cintura y se bambolean en la vereda de un lado a otro, tanto que tengo que bajar a la calle al pasar al lado de ellos. Al cruzar nuestros caminos y dejarlos atrás me doy vuelta para asegurarme que hayan seguido por su camino y ella a su vez se da vuelta a mirarme dejando ver entre su cabellera uno de sus negros ojos. El emporio está a dos cuadras ascendiendo por una suave pendiente. Desde allí descienden una serie de sujetos, cada uno mide como 2,1 metros de altura, todos enfrentándome por la vereda poniente de esa avenida. Ya estoy aquí, falta muy poco, es tan sólo una transacción y nos devolvemos. Entré al negocio, pedí la mercancía, el sujeto me miró con una cara de complicidad que me hizo ruborizar y sentirme culpable de lo que estaba haciendo en otras tierras. Cogí el tarro y tiempo después, cuando supe más de dinero, me di cuenta que había pagado el doble por un tarro, o que podría haber comprado dos, o que me retiré tan rápido y antes que me pudiesen dar el vuelto.

Casi como un efecto de rebote los sujetos que antes iban, ahora venían; es decir, nuevamente su rumbo era contrario al mío. Sin embargo, ahora eran todos un poco más pequeños, pero yo seguía siendo mucho más pequeño que ellos. Al pasar al lado uno de ellos levantó rápidamente uno de sus brazos y, con la misma velocidad, sentí que lo iba a dejar caer sobre mi rostro. Sudé helado. Pero el gesto era para espantar un mosquito que le jodía la visión del camino.

Comencé a correr en dirección al puente y al llegar al extremo correspondiente a “los de este lado del río”...