lunes, noviembre 28, 2005

Tom Tom

2 parroquianos


Tom Tom sube las escaleras, llega al quinto piso. Recuerda los momentos que vivió cuando era niño y las caricias que dejaron de ocurrir por el inevitable devenir del destino que marca el sino de cada persona. Avanza dos pisos más y una gota de agua recorre su mejilla producto de lo que próximamente será un recuerdo, gota que refleja la humanidad de quien la derrama y que no decanta en encanto por anudar el deseo a la vida. Abre el cielo seis pisos más arriba, lugar que esta en las antípodas de lo que podría acogerlo. Corre por la azotea y el sudor helado comienza a recorrer a raudales su cuerpo, cierra los ojos y vuela…

Los Castigos encubiertos. El delito sin Rostro. II

0 parroquianos


¡Oh Dios, perdonadlos porque no saben lo que hacen!

Esta fase esta dominada por el término de los suplicios como forma de pagar por los delitos y por el comienzo del castigo ejercido a través de la privación de libertad o el pago de una multa por la falta cometida. Como toda fase intermedia es pobre en conceptualizaciones, las instituciones aparecen debilitadas y el fenómeno, en este caso, de la delincuencia aparece como poco conocido por las nuevas características que la sociedad comienza a otorgarle. Sin embargo y pese a lo anterior esta fase no carece de atractivo y puede constituirse en el nodo para entender la venidera.

La vivencia del castigo se introyecta a niveles "inconscientes" y el sentimiento de culpa que sobreviene de ahí no permite la demostración de fuerza de la justicia, o tal vez, contrariamente la justicia percibe una relación prohibida entre el espectador y las consecuencias del báculo del Rey, en tanto metáfora de la justicia. Esta sentencia de prohibición hace que el sujeto castigador se repliegue y refugie en el recinto carcelario y en su secreto sea ejecutada la pena. La justicia para cumplir su cometido desaloja el castigo de la escena social y reprime la mirada del espectador, es entonces cuando el castigo se convierte en una acción encubierta y el delito comienza a carecer de rostro. En esta fase el rehén de la representación del castigo es liberado del ojo público producto de la arremetida de la conciencia moral y del imperio de la razón que comienza a sentar las bases de la sociedad moderna sobre los rasgos instintuales de los espectadores. La experiencia del castigo del otro se vuelve hacia LO MISMO por el pseudo delito cometido contra aquel “imbécil” que colgó de una soga, fue tirado desde sus cuatro miembros por caballos, o fue quemado y mutilado. ¡Oh Dios, retiradle eso con lo que no deben gozar!

Sin embargo el rehén, ahora de las formas ocultas del castigo, ubicará nuevas formas de lucha y florecerá cual monstruo que atrapa a su presa y sus fauces se atascan con la imposibilidad de manejar este nuevo devenir. El goce en el castigo aparece, nuevamente, más sutil, más audaz, utilizando intermediarios que permitirán el amague frente al sentimiento de culpa.

Por el siglo XIX el tratamiento de la criminalidad activa en las instituciones encargadas y también en la sociedad en general el cuestionamiento de castigar, por lo mismo que el delincuente comienza a ser encerrado y deja de ser sometido a los suplicios que antaño eran frecuentes. A su vez aparece una concepción utilitarista, en el sentido de prevenir cualquier acción reñida con la justicia

miércoles, noviembre 23, 2005

Los Castigos encubiertos. El delito sin Rostro. I

0 parroquianos


A continuación expondré sobre el curso que sigue las diferentes formas de penalizar al delincuente, buscaré las diferentes experiencias que vivencia el sujeto en la historia de la justicia.

Desde la Edad Media a nuestra época la relación espectador-justicia ha pasado por un continuo de cambios, basta decir que al infractor se le llamaba “pecador”, en cambio ahora se lo llama delincuente; antes el infractor era torturado hasta que le sobrellevara la muerte, en cambio hoy es encerrado; antes el castigo perseguía la redención del alma hoy se encierra al delincuente para encontrar posteriormente su arrepentimiento y reinserción social.

Sin embargo, el tema al que pondré especial atención se refiere a la contraparte en este proceso: el espectador, arriba cuando me refería a sujeto, quería decir espectador, el que gozaba con el espectáculo del castigo. Ciertas personas e incluso autoridades e instituciones podrían afirmar que: en la sociedad moderna la relación de la justicia con el infractor y, de la sociedad con el infractor es más humana, en tanto no se le somete a los suplicios de otras épocas, que esta relación, al igual que en otros ámbitos de la vida cotidiana, se fundan sobre principios racionales y científicos, quedando fuera de ello los preceptos religiosos inquisitoriales y las irracionalidades cometidas en otras épocas. Teniendo presente lo señalado por Levi Strauss en relación a las afirmaciones que se hacen sobre las culturas antiguas como “culturas sin historia”. A pesar de la colosal empresa en el desarrollo del psicoanálisis guiada por Freud y Lacan, es poco probable que la sociedad y los sujetos que la componen mejoraran en la relación con el espectáculo que implica el sufrimiento del otro, el no mejoramiento implica seguir gozando (ver concepto de goce en Nestor Braustein. 1990). El goce y un conflicto psíquico que aún persiste; la afirmación de que la sociedad moderna ha mejorado y afirmar que los niveles de agresividad han descendido sustancialmente, comprometería quedarnos sin explicación para los conflictos bélicos más graves producidos en la historia de la humanidad (sin pretender, por cierto, ser ésta la explicación única). Por lo tanto, no puede sino producirme dudas las afirmaciones de higienización en la relación espectador-justicia. Es sobre esta duda que se construye esta parte del ensayo, lo cual implica encontrar los elementos para hacer válida la afirmación que los espectadores siguen “gozando” con el sufrimiento del castigado.

Tomaré como punto de partida la forma de aplicación del castigo en la Edad Media hasta el retiro del espectáculo alrededor de los años 1770 a 1780, luego, en la segunda fase considerare el siglo XIX como fase de ocultamiento del castigo para la mirada ajena y, por último la sociedad moderna o lo que va de las postrimerías del siglo XX hasta nuestro días. En este proceso se inserta un cambio profundo en la sociedad occidental: el capital, la ciencia, la sociedad burguesa, la muerte de Dios, y el drama de Fausto entre otros son el escenario de la transición del pecador al delincuente. Estos tres periodos comprenden el proceso de transformación del objeto de goce del espectador. Vale decir que la problemática surge en la cuna del desarrollo de la cosmovisión occidental, esta es: Europa, siendo extensiva a Latinoamérica producto de la colonización española y portuguesa y el consabido arrastre de la moral cristiana.

En la Edad Media la pretensión de universalización de las leyes eclesiales y la ofensa a Dios se hace ubicua en la infracción, el castigo corporal y el suplicio son las únicas formas de expiar la culpa del alma. La necesidad de universalizar las leyes permite a esta manifestación religiosa montar en la escena social el rito de la ejecución del castigo, con el objeto de mostrar la vergüenza de quién comete pecado. Para el espectador este rito se presenta como la oportunidad de canalizar su agresividad tomando parte en el juicio y castigo que termina con el infractor, cuestión que permite a la Iglesia cumplir con el cometido de mostrar la ley y agrupar la agresividad social para que no encuentre manifestaciones diversas que pongan en peligro la convivencia social.

El castigo era ofertado cruda y carnalmente a la concurrencia de los mirones o espectadores, en ella se podían observar diferentes tipos de torturas corporales antes de dejar morir al infractor. A los delincuentes se les provocaban heridas sobre el pecho y en ellas se vertía plomo, aceite y cuanto elemento pudiese agregar sufrimiento al individuo, se les desmembraba de extremidades inferiores y superiores, se les cortaba las manos, la lengua, etc. sería bastante largo enumerar la serie de penas creadas para los diferentes tipos de infracción[1]. Los espectadores capturaban como rehén esa imagen de justicia audaz, corregidora, protagonista en el arte de montar un espectáculo, donde ella era la única autorizada a ejercer los adecuados suplicios para lograr la reforma del delincuente o para terminar con su vida, y los espectadores vivenciaban, a saber, de la divinidad de la misma; la justicia provenía directamente de Dios Padre y encuentra su representación terrenal en la figura del Rey, por lo tanto, se entendía que todo delito era, en realidad, cometido contra esa figura no importando si la víctima fuese realmente el Rey, lo gravitante no es que él represente a la sociedad, ya que no lo hacía, sino a la Justicia y cualquier avasallamiento a la justicia significaba la ofensa directa al Rey.

La triada espectadores - rey - infractor, además de constituir una relación social puede agregarse como relación íntima entre los actores, ya que no sólo se encuentra comprometida la ejecución de la pena y la presencia del espectador, también se entremezclan razones y sentimientos; conciencia e inconsciencia, a favor o en contra de los unos hacia los otros.

En latencia se crean sentimientos de angustia entrelazados con satisfacción sobre todo en el sujeto espectador, la relación de la triada puede expresarse del siguiente modo: "¡Tantos niños (espectadores) se consideran seguros en el trono que les levanta el inconmovible amor de sus padres, y basta un solo azote para arrojarlos de los cielos de su imaginaria omnipotencia! Por eso es una representación agradable que el padre azote a este niño (delincuente) odiado, sin que interese para nada que se haya visto que le pegaran precisamente a él. Ello quiere decir: El padre no ama a ese otro niño, me ama solo a mi”[2], cada restablecimiento de la justicia llevado a cabo por la aplicación de una pena sobre algún súbdito involucraba en el espectador la confirmación del amor del Rey hacia sus súbditos.

En la mirada del espectador, también participaban elementos cognitivos acerca del delincuente y la simbología de éste para con la ruptura del la armonía societal, se sabía que el delincuente había sido capaz de acercarse demasiado a los representantes de la justicia, se sabía que entre él y la justicia existía una relación más cercana que el común de la gente hubiese querido tener, se sabía, por tanto, que la eliminación del infractor incurriría en el restablecimiento del ordenamiento social y la relación normal entre la justicia y la sociedad. Por tanto, el espectador podía tranquilizarse en la certeza de que la justicia, en tanto elemento de la penalización y de ortopedia social, cumpliría con la paz social.

Hoy en día la presentación de los actores ha cambiado, aunque estas prácticas puedan aún existir aisladamente, el punto neurálgico radica en descubrir la forma en que se manifiesta la fase intermedia, la etapa de la historia penal transcurrida en el siglo XIX.. “Esta segunda fase es, de todas, la más importante y grávida en consecuencia; pero en cierto sentido puede decirse de ella que nunca ha tenido una existencia real. En ningún caso es recordada, nunca ha llegado ha devenir-conciente. Se trata de una construcción del análisis, más no por ello es menos necesaria”[3].

[1] El principal contrapunto en la aplicación del la pena es; la búsqueda de un castigo específico para cada infracción en la Edad Media, que como se ha dicho se traduce en un sin número de torturas, y la unificación de la pena en la Sociedad Moderna.
[2] Freud, Sigmund: “Pegan a un Niño”, en Obras Completas, Tomo XVII. pág. 184. Los paréntesis son mios.
[3] Freud, Sigmund: “Pegan a un Niño”, en Obras Completas, Tomo XVII. pág. 183